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Cien años de tradición

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Los Ortúzar siguen enfrascados en hacer producir estas tierras. Foto: Ronald Suárez Rivas

Dicen que la tierra no tiene secretos con ellos, que aunque haga un mal año, su cosecha será buena, que acumulan cien años de sabiduría sobre un cultivo por el que Cuba se distingue a nivel mundial.

Un siglo después de que su abuelo se asentara en la zona de El Palenque, al sur de Pinar del Río, Rogelio Ortúzar asegura que hoy su finca es mucho más productiva que entonces.

Así lo demuestran la pequeña escogida en la que se beneficia la cosecha, la batería de paneles solares que da autonomía energética, los modernos sistemas de riego y, sobre todo, las plantaciones de lo que los especialistas consideran «el mejor tabaco del mundo».

Cuenta que a los diez años ya ayudaba en el campo, y que ser parte de una dinastía que durante cuatro generaciones ha mantenido el mismo amor por la tierra, es uno de sus orgullos más grandes.

De él se dice que fue el hombre que logró que la electricidad llegara a El Palenque; que también fue el artífice de que en el poblado se hiciera un consultorio médico; que renunció al salario que le correspondía como Presidente de cooperativa, y que durante 28 años dirigió de manera gratuita la ccs 26 de Julio. Todo es cierto.

Sobre la electrificación de esta zona apartada del municipio pinareño de Consolación del Sur, recuerda que se gestó a partir de un compromiso con el Ministerio de la Agricultura, de ayudar a financiar la inversión mediante sobrecumplimientos productivos.

«Aquí, en el año 1996 todavía no había corriente», rememora Ortúzar, y explica que el trato fue entregar 500 quintales de tabaco por encima de lo contratado, durante tres campañas seguidas.

«Así se logró que las redes eléctricas llegaran a toda el área de la cooperativa, en tres etapas que concluyeron en 1998. Con los sobrecumplimientos hicimos que el país tuviera finanzas para acometer el proyecto».

Algo parecido se haría también con otras obras sociales.

«Siempre he dicho que la Revolución cambió la vida de los campesinos cubanos. Por eso, hemos defendido la idea de que las cooperativas tienen la responsabilidad de irle quitando cargas al Estado.

«Con esa convicción, hicimos un consultorio y una casa para el médico de la familia, una farmacia, cuatro escuelas, le pusimos un aire acondicionado a la sala de computación…».

A pesar de su entrega –que lo llevaría a formar parte del Buró Nacional de la anap y del Comité Provincial del Partido de Pinar del Río–, nunca recibió un centavo por su labor durante casi tres décadas como Presidente de la cooperativa 26 de Julio.

«Esta finca me ha dado siempre lo que necesita mi familia económicamente. Entonces, no acepté el salario», argumenta.

Es de los que creen en la sabiduría acumulada por los campesinos durante siglos, y también en los adelantos de la ciencia. Por eso, ha estado dispuesto a probar nuevas variedades en su vega y métodos más efectivos para hacer producir la tierra, que luego ha ayudado a extender en Vueltabajo.

En ese sentido, fue de los primeros productores en crear una miniescogida que da empleo a 30 personas, para beneficiar la cosecha y cerrar ciclo dentro de su finca.

Se trata, dice, de una novedosa experiencia del Grupo Empresarial Tabacuba, que llega hoy a decenas de productores pinareños y que se traduce en mayor calidad de las hojas que van a la industria.

«Muchas veces, el esfuerzo que hacen los productores se pierde luego en las escogidas. De esta manera, en cambio, el tabaco no se traslada, tiene menos manipulación y no merma. En dos campañas hemos demostrado que el resultado es muy superior».

Por otra parte, también ha sido de los primeros en instalar sistemas fotovoltaicos para garantizar el riego y mantener la vitalidad de la pequeña escogida y de su vivienda, en tiempos de contingencia energética.

Reconocido en 2016 con el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, constituye, desde hace tiempo, una de las voces más autorizadas sobre el cultivo del tabaco.

Sin embargo, el peso de la finca ya no descansa sobre él. Con su misma vocación, es su hijo José Ángel quien lleva las riendas de estas 83 hectáreas en las que, además de tabaco, se cultivan granos de varios tipos, viandas y hortalizas.

Ser continuador de una estirpe que un siglo después sigue  enfrascada en hacer producir estas tierras significa, al mismo tiempo, un orgullo y un desafío.

Pero José Ángel lo asume con naturalidad, como si no fuera algo singular y como si diera por sentado que dentro de cien años, sus descendientes estarán todavía en este mismo sitio, defendiendo la tradición: «Yo, simplemente, hago lo que me gusta. Mi vida es esto aquí».

(Tomado de Granma)

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