Es raro el día en que no me acuerdo del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. En lo más sutil emergen su legado de humanidad, su pensamiento de luz; y también, desde luego, en las circunstancias más difíciles, como lo son estas horas de calor que han puesto en boga, en nuestra aldea planetaria, a la palabra ebullición, y que nos están recordando cuánta razón tenía el excepcional luchador cuando habló preocupado sobre estos días en que se derriten los grandes hielos y se calientan las aguas que han sido cunas de especies ahora en peligro de extinción.
“Cuánta razón tenías…”, me digo con suma frecuencia si pienso en el hombre excepcional. Y puede ser a propósito de cualquier tema. Ya es obvio, como tantas veces predijo, que las guerras -virus sin antídoto- serán por todo recurso natural -incluida el agua-. Y ya tengo demasiado presente, desde la fragilidad de mi piel, que el ser humano solo puede existir en un rango muy estrecho de temperaturas (ni muy altas ni muy bajas), y que ciertamente es un milagro la vida “inteligente” sobre la Tierra, sobre esa nave solitaria que se mueve en lo desconocido.
De todo eso habló Fidel.
Si cierro el diapasón y miro a Cuba, no dejo de recordarlo a él y a su vocación por levantarse por encima de toda miseria humana. Al iniciarse este siglo, como un aldabonazo de fe recordó a los jóvenes, y al pueblo entero, que todo hombre -que es también decir toda mujer- tiene en su alma reservas de vergüenza. Todavía es ahí, a ese tesoro-diana, a donde debemos dirigir cualquier batalla por una nación superior.
¿Cómo no acordarme de Fidel, discípulo puro de Martí, cuando seguimos en la lucha por rearmar y fortalecer la dimensión espiritual de los cubanos, cuando muchos soñamos con alimentar la virtud y no la fiera que llevamos dentro?
Será difícil olvidar a un ser que -vaya misterio- ha sido bello desde toda perspectiva: desde su perfil bíblico; desde su estatura en lo físico y en lo moral; desde su inteligencia que se desbordaba en ojos escrutadores y en una gestualidad sin parangón; y desde un corazón tan vasto como para defender a millones de hermanos y de hijos.
Siempre que voy en busca de una reflexión suya, de algún discurso ubicado en cualquier fecha, de alguna declaración a la prensa, me encuentro con la belleza del razonamiento profundo, con la palabra del filósofo, del caballero, del cubano sostenido en el fino humor y hasta en la ironía. Siempre encuentro un magisterio que salva, y una altura tal, que no existen adversario o enemigo, por poderosos que parezcan, con pezuña suficiente para rasgar la lógica y las motivaciones que animaron a Fidel.
Es que como él -acudiendo a un pensamiento de Cintio Vitier sobre la pureza de la Patria- está en la materia profunda de esa Patria que somos, no hay nada que pueda mancillarlo, ni siquiera el odio, porque la Patria es intocable.
En lo personal, llevo conmigo lecciones regaladas por el Comandante en Jefe en más de un encuentro que mi oficio de periodista me permitió sostener con él: “Siempre tiene que haber pasión”, me aconsejó en cuanto al arte dificilísimo de amar (y eso de actuar apasionadamente creo que aplica para todo lo que hagamos en esta vida). Lo otro es que -como me hizo saber en una misiva que me estremeció para siempre- el mundo funciona con cifras “nada poéticas”, lo cual significa que, si importante es ser romántico, también vale la pena tener los pies bien puestos sobre la tierra, y dar las batallas con fuerza y mucho equilibrio.
No puedo olvidarme de Fidel por una realidad que hoy desborda a mi especie: las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, esas que han convertido el conocimiento en una suerte de calidoscopio y por cuenta de las cuales toda posible verdad luce fragmentada, en un universo que deslumbra a los internautas al punto de convertirlos en esclavos reactivos.
Por obra y desconcierto de lo anterior, importan mucho -más que las verdades salvadoras para la civilización, como los caminos de la paz y el equilibro- los titulares de divorcios y querellas entre famosos, el golpe de suerte de alguien que ganó la lotería, o la última cirugía estética de cualquier estrella fugaz.
De las aguas enloquecidas de los ríos mediáticos son bebidos los titulares, mas no la sabiduría. Y es ahí donde emergen como montañas que deslumbran la coherencia, la lucidez de seres como Fidel Castro, quien sigue siendo ancla, rebelión, asombro, intuición y sentido de vida.
Sí, es bueno recordar a propósito de este 13 de agosto -día de su 97 cumpleaños- que siempre valdrá la pena vivir y luchar; y que uno, sin la felicidad de otros muchos, poco vale.Esas bellas ideas, que yo asumo con amor, también son suyas.
Como creo firmemente en la gratitud, pienso que es bueno agradecer a un hombre que nos llevó en expedición hacia un punto superior de la Historia. Yo siento, sinceramente, que él acompaña a muchos, y que me acompaña, porque desde un pasado -para mí más bien lejano- lanzó flechas, de tan largo alcance,que todavía hay algunas que no logro divisar en todo su propósito de redención y humanidad.
(Tomado de Presidencia Cuba)