Acaba de ocurrir, en Pinar del Río, lo que me atrevo a calificar como uno de los sucesos artísticos más relevantes de los últimos tiempos y sin dudas, el de más relevancia desde que el pasado año nos visitara el Ballet Nacional de Cuba.
Se trata de la visita del dramaturgo, actor y director costarricense Andy Gamboa, Premio de Actuación Masculina en el recién finalizado Festival del Monólogo Latinoamericano de Cienfuegos.
Como parte de su gira y estancia en Cuba, y de la mano del Consejo Provincial de las Artes Escénicas en Pinar del Río y Teatro de la Utopía, Andy se presentó durante tres días en la Sala Virgilio Piñera, sede de dicha agrupación en la capital provincial.
No era la primera vez que oíamos hablar de su trabajo porque ya conocíamos y teníamos referencia de Andy Gamboa, gracias a las conferencias impartidas por la crítico, investigadora y especialista de la Casa de las Américas, Vivian Martínez Tabares; pero sí la primera vez que lo veíamos representando esa suerte de trilogía conformada por «Memoria de Pichón» , » Autopsia de una Sirena» y «Hombre de hombre».
Tres funciones. Tres puestas. Una sola verdad. Un teatro que habla desde la desnudez y la honestidad. Biodrama, lo llama y consiste en ir develando, capa a capa, su historia y su identidad. Ejercicio amargo que Andy Gamboa enfrenta con valentía y también ( por suerte) con humor.
No todos están dispuestos a abrirse las venas delante del público. A mostrar sus traumas, sus miedos, sus intimidades, y hasta sus » perversiones» con un espectador que él sabe «manipular» y convertir en una especie de voyeur con el que pronto establece una fuerte empatía y una complicidad, mediante la que no deja lugar al » juzgamiento».
Nada convence y subyuga más que una verdad lanzada a bocajarro. Una verdad a la que no se le teme, con la que se juega y coquetea con el convencimiento de que una vez mirado a los ojos, el drama personal es menos dramático y lacrimógeno.
Andy Gamboa es verdad de la cabeza a los pies. Su vida es experimento dramático no porque se haya propuesto hacer de su vida «un drama» sino porque asume el escenario y un texto dramático que parece seguir una línea argumental pero que a la vez, él va bordando y enriqueciendo en cada puesta, como substancia para moldear su persona y también al espectador.
No se trata de que asistamos a una confesión, mucho menos a un acto de exorcismo. El artista que vemos en escena viene de esos procesos ya resueltos dentro de él. Da la impresión que se ha dedicado a conocer cada centímetro de su cuerpo, y cada uno de sus sentimientos, y de ese conocimiento construye su puesta, se entrega, se vuelve pan y vino para los que asistimos al banquete. Lo que degustamos es su vida y la vida de aquellos que moldearon su vida. Textos llenos de referencias personales, en las que muchos nos miramos involucrándonos, en un acto de canibalismo estético, y a la vez de autofagia.
No hay necesidad de crear personajes como espejos en los que enmascarar psicosis y obsesiones. Para qué crear un personaje, si el personaje puedes ser tú mismo. Si en ti están todos los personajes, y en tu verdad, todas las verdades.
En tiempos de dobleces, falsedades e imposturas, esa es -dramatúrgicamente hablando- su gran sentencia; la columna vertebral del arte que nos propone.
Pero nada de esto se sostiene por sí solo porque el arte no es solo ética, es también estética (la dosis la pone cada cual). Andy Gamboa cuenta con un dominio absoluto de su voz, de su cuerpo, de su ritmo. Pareciera conducirse sobre el escenario por una especie de mecanismo circadiano que lo hace intuitivo, convincente, real… Que dicta pausas, rupturas, giros, guiños con el espectador, con la historia que cuenta, con él mismo.
Foto: Tomada del perfil de Facebook de Nelson Simón
Él mete las manos en su arcilla y la moldea a su antojo arrancándonos risas, una lágrima, un palpitar. Y moldeándose nos transforma a nosotros, juega a romper los límites y cambiar los roles, haciéndonos actores y pasando a ser el espectador que se alimenta de la huella que imprime su verdad cuando nos presiona.
Cada espectáculo nos va aproximando a un hombre que termina siéndonos más familiar y cercano, que nuestro propio yo.
Sin darnos cuenta la libertad de Andy Gamboa nos libera. Su verdad nos acerca a nuestra verdad. Su imperfección nos hace normales: es el resultado de un delicioso banquete de honestidad y , después de verlo, no me cabe dudas de que todos tenemos menos miedo a reconocernos.
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