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Guerrilla de la FEU en Pinar del Río. Foto: Alma Máter

Anoche pensé mucho en el egoísmo que encierra a no pocas personas tan lejos del desastre, de los sinsabores que causan la apatía y el deshielo moral. “¿Nos habremos convertido en eso, en seres incapaces de ponernos en las botas de los demás?”, me he preguntado. ¿Acaso alguna vez fuimos aquello que soñamos?

Las retóricas tienen eso, nos ponen frente al espejo, nos hacen cuestionarnos qué damos y qué estamos dispuestos a dar. Es un ejercicio fiel que casi siempre realizamos sin que nos lo impongan, lejos de ideologías ni manifiestos, a no ser el de nuestra propia conciencia.

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Por fortuna hay gente noble en este país, arriesgada, con mil problemas y necesitadas (como todos), pero que conciben la plenitud de ese común sustantivo: solidaridad. Lo humano quizás nada entienda de generaciones específicas, pero los jóvenes tienen la mística de llevar, en cierta medida, la delantera bajo cualquier contexto, la vanguardia, como gustan decir por ahí.

Pinar del Río es el centro de esa vanguardia, tal y como sucedió hace más de un año en Matanzas durante la covid-19 o bajo los efectos de cuanta adversidad se nos atraviese en el camino que, por cierto, no han sido pocas en los últimos meses.

Hoy salimos en guerrilla nuevamente. Sí, bajo sol, con apenas unas casas de campaña y a dormir en las afueras de un círculo infantil rodeado del desastre. Todos jóvenes. Aquí nadie rebasa los 28. Hay caras de asombro e incredulidad sin todavía llegar al objetivo, un pequeño poblado pesquero a 24 kilómetros de la ciudad pinareña.

Es La Coloma una zona que intimida, duele, eso es cierto. Ni las imágenes alcanzan a contarlo todo porque el desastre también toca el almaAquí muy pocos salieron ilesos ante los embates de aquellos vientos mezquinos. 205 Km/h en cámara lenta acechando, llevándoselo todo entre tanta humildad material y humana es cuando menos, imperdonable.

Las caras desde los portales y balcones se observan contrariadas. Y resulta lógico. Casi todos perdieron sus techos, sus refugios espirituales, sus casas. En medio del panorama suena alentador aquella voz que a nuestro paso, desde un cuarto piso, pregunta: ¿Son los muchachos de la FEU? Y sí, lo somos, aunque preferimos autodenominarnos como una guerrilla. Una que intenta aliviar —al menos — tanto sinsentido y dolor.

“Gracias por venir”, responde la señora desde lo alto y, en las miradas de quienes la escuchamos, va el estímulo porque la pincha será ardua. Bien lo sabe Jonatan, uno de los 35 que estamos aquí . Él no lo pensó dos veces y salió al ruedo incluso mientras nos asentábamos a merced de la incertidumbre.

En una zona apartada del poblado Jonatan se batió. Apartó escombros y ayudó cuando una madre con su hijo en brazos seguía viendo su pequeña casa, endeble, reducida al desastre. Allí se levantaba la esperanza. Sonará algo cursi, pero no. Allí seguía aquella mujer agradeciendo porque, más temprano que tarde, confía en la ayuda que puede revivir los cimientos de este pueblo.

La guerrilla que recién llega es guapa para el trabajo, ya lo sabremos bien en estos días que vienen. Hay mucha gente aquí que, aún en el desastre, continúa soñando. Caramba, soñar bajo estas circunstancias parece titánico, pero por algo será….

Tomado de Cubadebate

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