Dignos y libres. La reciente declaración de la Unión de Periodistas de Cuba UPEC acaba de situar un punto de inflexión en lo que muchos del gremio ya consideramos, entre las mayores afrentas a la prensa cubana y sus profesionales en más de medio siglo.
Nadie puede ir por ahí pensando que somos un pueblo endeble, porque paciencia no es debilidad, ni rasgo de cobardes. Excúsenme los que conducen sus vidas por la senda de los mansos, pero no es costumbre criolla poner la otra mejilla, cuando asisten razones imposibles de ignorar.
Somos gente de paz, libres por derecho propio y ricos en argumentos para no repetir errores que alguna vez, en nuestro decursar irredento, lanzaron diez años de lucha a las fauces del infame, Pacto del Zanjón. Algunos “olvidan” que hubo un Baraguá, nosotros no.
La prensa cubana tiene historia, no surgió del hedonismo o la aventura pueril, sino de verdades inamovibles que la definen. Hija dilecta de los que decidieron sacudirse el yugo, la palabra impresa y sus soldados jamás titubearon ante la agresión y no han de hacerlo ahora.
Los padrones del deshonor confundieron la gentileza- nuestra gentileza- con las finas cañas del pantano. Craso error pensar que el periodismo militante se dobla cuando las cosas se ponen difíciles. Infantil percepción anatómica del puño cerrado; risible fiasco para el agravio como táctica de guerra- sucia, muy sucia- contra los hombres libres de Cuba.
Cierto: los ponen nerviosos la impotencia y el increíble, eppur si move de esta isla; es la ley, la incomprensible ley del magneto que suma a los cubanos en tiempos borrascosos, la que los saca de sus zonas de confort. Todo es cierto, pero en este punto, inaceptable.
Martí lo dejó claro: su hombría no le cabía en los calzones. Tuvo miles de alternativas ante la ignominia, y las empleó a fondo, con elegancia, pero no podía faltarle la expresión cubanísima que nos distingue. Como a él en su tiempo, se llenó la copa de los dignos y libres.
Hay enemigos respetables, causas justas y equivocadas. Pero mercenarios y traidores no entran en la lista. ¿Qué honor hay en las alimañas que emboscan, celular en mano, a un periodista por sus ideas?
¿Qué respeto profesar a los sietemesinos que amenazan la integridad de una familia, o se parapetan tras un nombre falso en las redes sociales para adjudicarse el derecho a juzgar vidas y conductas?
Alea iacta est, decían los antiguos romanos. Patria o Muerte, nosotros, los hijos de los pobres, los que practicamos la mejor profesión del mundo; los que por voluntad propia cerramos fila en defensa de la independencia nacional y el ejercicio del periodismo, como hombres dignos y libres.