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Julio se parece a Cuba, va de victoria

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Julio se parece a Cuba, va de victoria
María Caridad Colón. Foto: Archivo de Granma

Él no había cumplido los tres años cuando la historia de Cuba comenzaría a cambiar por la decisión de valerosos jóvenes. Ella nació tres calendarios después de que José Martí se levantara, por la pujanza de sus hijos, en el año de su centenario; es, además, la biznieta del oficial mambí que recibió y cuidó, en abril de 1895, al Apóstol, cuando este arribaba a la Patria para dirigir lo que organizó: la Guerra Necesaria.

Las vidas de Alberto Juantorena Danger y María Caridad Colón Ruenes están asidas al 25 de julio, fecha víspera del día de la Rebeldía Nacional, y ambos –como Fidel y sus compañeros– escribieron las noticias más trascendentes para Cuba y el mundo. ¿Casualidad? No parece, la magia de una obra, por excelencia humana, teje lazos en el tiempo para que jamás olvidemos la fe en la victoria.

Así como Fidel urdió, minuciosamente y de manera compartimentada, el plan de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Granma, el 26 de julio de 1953, junto a Abel Santamaría, segundo jefe de la acción, Renato Guitart y otros valiosos compañeros, un polaco trabajó –también secretamente y, paso a paso, sin que su alumno lo descubriera– la estrategia de una hazaña deportiva. Él le dijo a Juantorena: correrás 800 metros en los Juegos Olímpicos de Montreal.

«¿Ustedes saben que para que corriera 800 y 400 metros hubo que fajarse conmigo durante un mes? Yo decía que no. Le dije a mi entrenador, el polaco Zygmund Zabierzowsky, que estaba loco. Mi posición ante la noticia de que correría en las dos distancias fue así: ¡no corro 800 metros para nadie!», así nos confesó para el libro Fama sin dólares, que compartimos con el colega Rafael Pérez Valdés.

Zabierzowsky no estaba loco y el propio Juantorena lo demostró al titularse campeón bajo los cinco aros en las dos vueltas al óvalo, con récord mundial. «Disfruté mucho aquella carrera, le agradezco eternamente a mi preparador su sabia visión sobre mis posibilidades. Estaba muy motivado, era 25 de julio, el día antes del aniversario de la gesta que inició, o reinició, nuestra última etapa de lucha por la verdadera emancipación. No podía fallar», ha comentado el hombre que cuatro días después ganó la corona de los 400 metros en aquel julio de 1976, para dejar para la historia del atletismo, un hecho aún inédito y, por la alta especialización en la actualidad, es poco probable que alguien lo repita.

En 1982, en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana, Fidel presenciaba la jornada atlética que cerró con el relevo 4×400. El santiaguero se vistió de moncadista, cuando recibió el batón a más de 30 metros de diferencia del estelar corredor jamaicano Bert Cameron, para la última posta, la que define las medallas. Las inmensas zancadas de Juantorena parecían devorarse la pista del estadio Pedro Marrero en pos de revertir lo imposible. Fidel, en la grada, corría con él, y los dos volvieron a llegar a la meta con el triunfo.

Alberto Juantorena. Foto: Archivo de Granma
Alberto Juantorena. Foto: Archivo de Granma

Una semana antes de los Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980, la guantanamera se presentó en Suecia. Estaba en una magnífica condición física, había dicho, incluso, que se encontraba lista para un disparo de 70 o más metros. Pero allí mismo, en uno de los lanzamientos, justo en el momento de soltar la jabalina, casi un relámpago recorrió su columna vertebral. Aunque el dardo fue más allá de los 65 metros, la lesión la dejaba prácticamente sin aliento. Su presencia en la lid moscovita no era ni aconsejable, se quedó prácticamente inválida. El 23 de julio, en la capital de la entonces URSS, tenía que lanzar para clasificar, y el 25 sabía que no podía fallar a la cita con la historia, en la final.

Hace dos años, cuando se cumplieron 40 de aquella gesta, le pregunté cómo la recordaba. Me respondió, con esa bella sonrisa de baracoesa que jamás la ha abandonado: «Todavía me duele. Hubo que infiltrarme. El profesor Álvarez Cambra dijo: “Hay que hacerlo sin anestesia, será duro”. Le contesté que iba a competir como fuera. Agarré una almohada y la mordí tan fuerte que creo que la deshilaché; Juantorena y el fisioterapeuta me aguantaron y la Medicina cubana, con el profe, hizo su trabajo».

La jabalina surcó el aire y no paró hasta los 68,40 metros, récord olímpico. Lo que parecía imposible o un revés anunciado, lo convirtió en victoria. «Una mambisa no se rinde, además, era julio y 25, esperábamos el 26; iba a ganar, como ganó Fidel, para nosotros, la Patria que hoy tenemos». Entonces, después de 84 años de historia olímpica, desde Baracoa, Cuba, le llegó a América Latina la primera medalla de oro de una mujer en los Juegos Olímpicos.

Tomado de Granma

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