Llegué al periodismo por “azahar concurrente”. El oficio me encontró sin yo buscarlo, pero agradezco ese encuentro todos los días de mi carrera profesional.
Tengo formación como crítico de arte, una profesión todavía muy cerrada a las masas, que no siempre recuerda su poder mediador entre la obra y los públicos, y lo más importante, su obligación de comunicar.
Mucho se habla hoy de la urgencia por convertir periodistas en críticos culturales mediante la capacitación de posgrado; pero qué pasa cuando ocurre a la inversa, y es el crítico quien se siente seducido por los medios de comunicación. ¿Qué necesita un crítico para convertirse en un buen periodista? ¿Cuánto aporta el periodismo a quien ejerce el criterio y vive de la palabra?
Debo decir que el crítico de arte no siempre es una persona querida; imagine lo difícil que es ser censor y convencer sobre qué es bueno y qué es malo; algunos artistas hasta cuestionan su existencia, por supuesto, esos son los desfavorecidos por el discurso del crítico. En cambio, el periodista es la vox populi que no solo informa, sino orienta; pero, ¿acaso “orientar” no es también valorar, discernir y convencer? Crítica y periodismo, parecen oficios diametralmente opuestos, sin embargo, comparten esencias, como con la literatura.
No pocos han sido los periodistas que terminaron inmersos en el azaroso mar literario y resultaron triunfadores, precisamente por la diferencia estilística. Gabriel García Márquez, por ejemplo, publicó sus primeros cuentos de ficción en el mismo diario en el que trabajaba. Isabel Allende, tuvo sus inicios como reportera y entrevistadora. “Un libro quemado” de Alfonsina Storni, recuperó sus columnas publicadas en distintos periódicos y revistas entre 1919 y 1921. Ernst Hemingway cubrió la guerra civil española; a su regreso escribió “Por quién doblan las campanas” y en 1953, ganó el premio Pulitzer por “El viejo y el mar”.
En Cuba, Martí es referencia obligada para argumentar la dualidad periodista-escritor. Siempre leo sus páginas como quien acude a un libro de saber ancestral, una y otra vez, con igual apasionamiento. Entre los contemporáneos, citaría a Pedro Juan Gutiérrez, Leonardo Padura, Gina Picart, Soledad Cruz…
El propio Pedro Juan dijo que el periodismo es el oficio más peligroso del mundo y que la literatura tiene que convencer. Esa conquista del lector, ese “convencimiento” de que la historia y los personajes son verídicos, la alimenta (de forma natural) el oficio periodístico. También le ocurre a la crítica si el periodismo agita su manto sobre ella.
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Cuando un especialista en artes entra a los medios de comunicación transforma su práctica; se torna menos barroco en el lenguaje, y percibe el valor de formar públicos: su palabra pasa de influir sobre unos pocos para trasformar a muchos.
El periodismo te prepara para escribir bajo presión, incluso te prepara para hacerlo habitado por el más complejo estado de ánimo. No existen pretextos para él; no necesita musas: si no están, las convoca. Te da herramientas, te enseña que un relato de ficción puede partir de un suceso real, que la entrevista es fuente vitalicia, que la crónica es literatura, que en una reseña puede haber tanto de subjetividad como en un poema.
Por eso, el periodismo me habita desde nuestra primera vez; ahora ando por el mundo preguntado todo a todos, sorprendiéndome ante la maravilla que es la realidad, inspirándome en ella. Creo en su destreza para conmover, para desencajar lo estático, para transfigurar el interior. Es un universo cautivante, del que no hay retorno.