La juventud trae ganas de trasformar, de decir, de enarbolar nuevos discursos y movimientos artísticos, por eso se asocia al concepto de vanguardia, pero no basta ser joven para ser vanguardia.
Se necesita estudio, exploración, ingenio, atrevimiento, originalidad, que por regla general aparecen con la personalidad creativa, pero tardan años en concretarse.
Ser vanguardista es ser distinto, destacar entre las masas, aprender del contexto, adaptarse a él y transformarlo, dejando – con el arte- una huella activa en la sociedad, con ese fresco aroma que posee la renovación.
A principios del siglo XX cubano, ser vanguardia era beber de las últimas tendencias del arte de Europa; en la década del 50, era abocarse al estilo abstracto de moda en el contexto norteamericano, en los 70 significaba tomar distancia formal de los temas y estilos que impulsaba el salonismo, en los 90, mirar hacia fuera de nuestras fronteras. Hoy, ser vanguardista es nutrirse del conceptualismo y sabotear los discursos tradicionales del arte, desde lo formal.
Pero ante todo, ser vanguardia es crear lo que no ha nacido. Y no basta con intertextualizar expresiones de aquí, de allá, sino explorar también zonas vacías del universo temático.
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El artista es un ser dotado de sensibilidad desbordante, con una obra que deja de pertenecerle cuando llega al público; y refleja su sociedad e ideología, en cada pulso.
No todos los creadores son vanguardistas; pero deben aspirar a serlo.
Ser vanguardia significa estar conscientes de que nuestra obra tiene repercusión histórica, y nos trasciende. Que aquello que creamos hoy transforma el hoy pero transforma también el futuro.
No hay obra más sublime y humana que el gesto creativo. Por eso el arte es infinitamente necesario en todos los tiempos.