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Agricultura urbana: del escepticismo al éxito

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Solo en Pinar del Río, el programa abarca 1 278 hectáreas en sus diferentes modalidades. Foto: Ronald Suárez Rivas

-«Aquí se quita una plantación y atrás viene la otra. Nunca tenemos canteros sin sembrar». Dany Mena García hace un alto en el trabajo para afirmar lo que se ve a simple vista.

Desde hace mucho tiempo, el organopónico conocido como la Erea, ubicado en una de las márgenes del río Guamá, en la ciudad de Pinar del Río, semeja un jardín que mantiene distintos tonos de verde los 12 meses del año.

Cuando escasea la semilla, algún pariente se las envía desde el exterior y cuando el déficit de electricidad comenzó a poner en jaque el sistema de riego, un proyecto de colaboración internacional les donó uno nuevo que funciona con paneles solares.

Por tanto, en sus 49 canteros siempre hay hortalizas y vegetales en cosecha.

«La aceptación es tremenda. Las personas vienen acá a buscar de todo. Como es un organopónico que está en producción de manera permanente, la gente comienza a llegar desde temprano. Yo no sé la cantidad que ya ha pasado hoy por nuestro punto de venta».

Como el Erea, miles de instalaciones similares confirman la validez de esta experiencia impulsada por el General de Ejército Raúl Castro Ruz hace 38 años.

Solo en Pinar del Río existen más de 300 que durante varias décadas han ayudado a fomentar entre la población una cultura sobre el consumo de hortalizas y vegetales.

EL CAMINO RECORRIDO

Cuentan que en un primer momento no era así, y que una parte de lo que se cosechaba había que botarla por falta de demanda.

Incluso se asegura que al principio abundaron los detractores, que cuestionaban la idea de utilizar recursos para la construcción de canteros en medio de la ciudad, habiendo tanta tierra improductiva en el campo.

La vida, sin embargo, terminaría por darles la razón a aquellos que perseveraron en llevar adelante un nuevo modelo de agricultura.

Así, la acelga, la espinaca, el cebollino, la zanahoria, la remolacha y alrededor de una veintena de otros cultivos, se volverían con el tiempo en parte de la dieta de muchas personas, junto al reducido grupo de hortalizas (tomate, col, pepino, lechuga) que hasta ese entonces se ofertaba.

El Programa de la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar se ha consolidado como la vía más rápida que tiene la agricultura cubana para producir alimentos tras el impacto de ciclones y otros fenómenos meteorológicos extremos.

En 2022, por ejemplo, el huracán Ian destruyó más de 8 000 canteros en los organopónicos y cultivos semiprotegidos de Pinar del Río. Sin embargo, a poco más de un mes ya se estaban obteniendo producciones de hortalizas como la lechuga, la acelga, la espinaca y el cebollino.

Además, existían otros cultivos en avanzada fase de su desarrollo, como el pepino, la habichuela, el tomate, la zanahoria y la col.

Lérida María Sánchez Díaz, jefa del departamento que atiende este valioso programa en la Delegación Provincial de la Agricultura de Vueltabajo, explica que, en la actualidad, el mismo abarca 1 244 estructuras productivas y un total de 1 278  hectáreas repartidas entre organopónicos, parcelas tecnificadas, huertos intensivos, semiprotegidos y casas de cultivo rústicas.

En ellos, en 2025 se ha promediado a 10,2 kilogramos de producciones por metro cuadrado.

La cifra se ajusta a los pronósticos hechos a principios de año, y confirma la importancia de esta experiencia, aun en medio de todas las limitaciones que impone la realidad cubana actual.

Sánchez Díaz afirma que, al cierre de diciembre, en la provincia se habrán incorporado también al programa unos

5 000 patios, con los que se llega en total a 65 000, los cuales aportan al autoabastecimiento de las familias pinareñas y las comunidades.

No obstante, reconoce que también hay cuestiones en las que es preciso seguir insistiendo, como la obtención de materia orgánica, y también la disponibilidad de fuerza de trabajo.

En ese sentido, ha sido positiva la autonomía que hoy tienen las estructuras productivas para encauzar su gestión, y poder elevar salarios y asegurar parte de los recursos necesarios.

Miguel Espinosa Correa, administrador del organopónico Ingeniería # 1, ubicado en el reparto Hermanos Cruz, de la capital pinareña, recuerda que la motobomba para el sistema de riego se quemó y estuvieron dos años en espera de una solución, porque la Granja Urbana a la que se subordinaban, no tenía manera de comprarles otra.

«En cuanto pasamos a ser usufructuarios dijimos: con el dinero de este mes, lo primero es resolver el problema de la bomba. Así que salimos, la compramos en una mipyme y le dimos solución».

Al cabo de 21 años al frente de esta unidad, que en la actualidad combina 0,5 hectáreas de canteros y dos de una parcela convencional, asegura que 2025 ha sido muy provechoso para el programa.

El Ingeniería # 1 fue otro de los organopónicos beneficiados en el territorio con nuevos sistemas de riego que funcionan con paneles solares, gracias a un proyecto de colaboración internacional para  impulsar el uso de las energías renovables.

Mediante otras iniciativas que también rindieron frutos en el año, promovidas por las Naciones Unidas, la Unión Europea y la Embajada de Japón en nuestro país recibieron semillas, nuevos equipos para el centro de elaboración de conservas y condimentos, y un triciclo para ayudar a la comercialización de las producciones en las comunidades aledañas.

Con ellos, hoy dan los primeros pasos para obtener condimentos secos y plantas medicinales deshidratadas, a fin de seguir ampliando las ofertas a la población.

«La demanda ha ido creciendo, y eso es un incentivo para producir más», dice. De modo que, a 38 años de la creación de los primeros organopónicos en la provincia, en lugar de lidiar con el escepticismo, hoy la Agricultura Urbana enfrenta el reclamo de superarse a sí misma y multiplicar sus resultados.

Tomado de Granma

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