El cambio climático y los fenómenos meteorológicos cada vez más extremos, han provocado un aumento de las catástrofes naturales en los últimos 50 años impactando de forma desproporcionada en los países más pobres.
El Informe de Evaluación Global 2022, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR), revela que en los últimos 20 años se produjeron entre 350 y 500 desastres de mediana y gran escala cada año. Se prevé que el número de catástrofes alcance los 560 al año (o 1,5 desastres al día) para 2030.
El informe atribuye estos desastres a una percepción errónea del riesgo basada en el «optimismo, la subestimación y la invencibilidad», que conduce a decisiones políticas, financieras y de desarrollo que agravan las vulnerabilidades existentes y ponen a las personas en peligro.
Desastres en la mira de los estudios
Desde épocas tan tempranas el término desastre ha sido objeto de múltiples interpretaciones, una tradicional que busca las causas en el entorno físico, explicándolas principalmente como obra de Dios y una alternativa que acentúa el papel de las modificaciones del entorno originadas en la praxis social con la convicción de que las catástrofes son obra del hombre.
Para una, los fenómenos son calificados como naturales y para la otra son un problema social.
La primera, que fue la dominante durante décadas, comenzó desde la definición del desastre como un producto, un hecho consumado con cierta conexión de inevitabilidad en el pasado, pero hoy en día matizado por el reconocimiento de la determinante participación humana en su concreción.
La segunda variante plantea verlo como proceso, teniendo en cuentas las condiciones sociales y naturales que al interactuar crean el escenario propicio para que se genere el desastre.
Según el sociólogo alemán Ulrich Beck, vivimos en la sociedad del riesgo global o de la “Segunda modernidad”, la que cada vez es más susceptible de padecer catástrofes como nunca antes se había visto.
El destacado científico británico Allan Lavell, un estudioso de estos temas y coordinador para América Central y el Caribe de la Red Latinoamericana para el Estudio Social de los Desastres (LA RED), considera que la explicación del aumento continuo en las pérdidas y su impacto en las economías puede encontrarse no en un aumento en el número de eventos naturales extremos, sino más bien en un aumento del número de pobladores, infraestructura y producción, ubicados en zonas de amenaza y en condiciones de tal vulnerabilidad, que sean susceptibles de sufrir daños y pérdidas de gran magnitud con severas dificultades para recuperarse.
En pos del desarrollo sostenible
El estudio de los desastres y catástrofes no escapa de enunciaciones defendidas consciente o inconscientemente por representantes de determinadas corrientes científicas. Durante años se han privilegiado los enfoques fisicalistas y estructurales dejando a un lado los aportes de las ciencias sociales sobre el tema.
La Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres, de Naciones Unidas, los define como “una interrupción seria del funcionamiento de una comunidad o sociedad que causa pérdidas humanas y/o importantes pérdidas materiales, económicas o ambientales; que exceden la capacidad de la comunidad o sociedad afectada para hacer frente a la situación utilizando sus propios recursos”.
Un desastre es el fin de un proceso, puede durar años, donde se construyen condiciones de riesgo en la sociedad, que se concretan cuando ocurre un determinado evento físico de cualquier origen y éste saca a flote las condiciones de vulnerabilidad que existen en el área, revela el riesgo latente y puede ocasionar pérdidas y daños.
Los perjuicios originados de manera irresponsable por el hombre al medio ambiente y el constante cambio climático hacen suponer que cada vez serán mayores los acontecimientos de este tipo.
Generalmente, los países pobres y con escaso desarrollo sufren las mayores pérdidas en términos de vidas humanas, daños sociales y económicos ya que sus recursos, infraestructuras y sistemas de protección y prevención frente a los desastres están escasamente desarrollados.
El riesgo de desastres se incrementa como resultado del crecimiento de la población, urbanización y alteración del medio natural, construcción de viviendas y el mantenimiento inadecuado de las infraestructuras.
Asumir la necesidad de comprender mejor el riesgo de desastres en todas sus dimensiones relativas a la exposición, la vulnerabilidad y características de las amenazas, es una prioridad para la sociedad actual que precisa aumentar la resiliencia ante los desastres con un renovado sentido de urgencia en el contexto del desarrollo sostenible.