Aunque las tensiones económicas que atraviesa el país la han obligado a volver a las técnicas más lentas y engorrosas, la doctora en ciencias Noraida de Jesús Pérez no deja de crear.
«De esta manera, los resultados salen más tarde, pero el mejoramiento genético no se puede detener», dice.
Noraida es investigadora de la Unidad Científico Tecnológica de Base (UCTB) Los Palacios, ubicada en Pinar del Río, y por más de 40 años se ha dedicado a la búsqueda de nuevas variedades de arroz.
Es la autora principal de la inca lp-5, y coautora de la inca lp-7 y la Gines lp-18, tres de las semillas más utilizadas en Cuba en la actualidad.
Las estimaciones más recientes arrojan que el 45 % de las áreas arroceras del país emplean variedades de la institución pinareña. Noraida ha participado en la obtención de todas ellas.
«Cuando comenzamos a trabajar, el cultivar que más se sembraba en Cuba era el J-104, que tenía muy buen rendimiento agrícola, pero era susceptible a la pyriculariosis, que afectaba considerablemente los rendimientos y, además, se partía mucho en el molino».
Para sustituirla, Noraida propondría la inca lp-5, que además de ser menos vulnerable a la pyricularia y aportar un 60 % de granos enteros (con la j-104 solo se llegaba a un 47 %) es de ciclo corto, lo cual implica un ahorro de recursos y de agua.
Con ella se llegaría a cubrir en su momento el 80 % de las tierras arroceras del país. Sin embargo, la especialista advierte que lo ideal es que exista diversidad de semillas, porque es otra manera de luchar contra las plagas.
El camino para crear una nueva variedad es largo. Noraida explica que, «desde que haces el cruce hasta que obtienes el cultivar, te pueden pasar perfectamente diez años».
«Por cruzamiento, por hibridaciones, e incluso por inducción de mutaciones, ese es más o menos el tiempo, porque hay que llegar a una serie de generaciones para lograr a una línea pura», dice.
En la Unidad pinareña se han empleado otros métodos que han permitido reducir considerablemente los tiempos.
La Anais-lp14, por ejemplo, Noraida la obtuvo a partir del cultivo in vitro de anteras, una técnica mucho más rápida, con la cual asegura que es posible «quitarse» seis, siete y hasta ocho años de trabajo.
Sin embargo, en las condiciones actuales, resulta muy difícil acudir a ella debido a la compleja situación energética y a las limitaciones para acceder a los reactivos y a otros recursos necesarios.
La reconocida investigadora explica que, después de la siembra de las anteras, hay que colocar el material en la oscuridad, a 26 grados centígrados, y luego hay que pasarlo a un cuarto de crecimiento, en el que se somete a un fotoperiodo de 16 horas de luz por ocho de oscuridad, también a 26 grados.
Todo depende en buena medida de la temperatura, advierte, y si se va la corriente, se echa a perder.
Ante esta realidad, junto al resto de los científicos de la institución pinareña, ha optado por suplir las carencias a base de talento y de trabajo.
«Hay técnicas de mejoramiento más sencillas, como los cruces y la inducción de mutaciones. A esas nos estamos dedicando».
Ello no significa que sea una tarea fácil. «Cuando usted cruza una variedad con otra, debe conocer qué es lo bueno que poseen las dos, y eso es lo que tiene que ir a buscar luego al campo, evaluando, mirando, metiéndose en el fango.
«Hace falta mucho trabajo y mucha consagración para tener éxito».
Por ello, comenta que «crear una nueva variedad es como concebir un hijo».
A pesar de que los rendimientos de la producción arrocera en el sector especializado son extremadamente pobres, afirma que la ciencia cubana se ha encargado de aportar semillas de calidad.
«Cuando se construyeron las primeras terrazas planas, había incertidumbre, porque como se realizaron movimientos de tierra, se pensaba que no iban a rendir bien. Así que un grupo de investigadores de este centro fue a monitorear la siembra. Y en esa primera cosecha, haciendo todo lo que el cultivo llevaba, se obtuvieron más de siete toneladas por hectárea.
«Después se volvió a conseguir, con la empresa mixta (cubano-china) Taichi, en 2000. Fue el año de la introducción de la inca lp-5 y se alcanzaron ocho toneladas por hectárea.
«Eso quiere decir que nosotros tenemos resultados en el arroz. Lo que pasa es que hay que darle las atenciones que lleva, a su debido tiempo».
A sus 64 años, habla de su labor con la misma pasión de aquella jovencita que hace más de cuatro décadas llegó llena de sueños a uctb Los Palacios.
«Me gusta contribuir al mejoramiento genético de los cultivos. Hay que luchar contra muchos inconvenientes, pero a uno le satisface cuando los productores lo llaman para decirle lo bien que se le dio la semilla que creaste.
«Por eso hacemos lo imposible por darle continuidad a este trabajo, y tratar de ir sacando nuevos materiales casi todos los años. Algunos se introducirán más, otros menos, pero estamos garantizando la variabilidad y la diversidad para el futuro».
Aun cuando la institución pinareña posee una treintena de variedades de arroz, Noraida explica que, en materia de ciencia, uno jamás se conforma. «Hay que seguir cruzando y mezclando, porque siempre cabe la posibilidad de que salga algo mejor».
(Tomado de Granma)